👉José Petrizzo.-
El vaticinio del Profesor Mark Riedl de la Universidad Georgia Tech, respecto
a la Inteligencia Artificial (IA), “cuanto más digan que es inteligente, más
personas se convencerán de que es más inteligente de lo que es”, se quedo
corto.
La opinión pública se ha visto impactada ante los espectaculares avances
de la IA, disparándose las expectativas en cuanto a sus prestaciones e incluso
hay quienes se atreven a predecir el momento en que nos superará en
inteligencia.
El punto no es saber cuándo se
producirá esa superación y en virtud de qué principio puede hacerse tal
predicción, ni siquiera si es algo deseable, sino de qué tipo de inteligencia
hablamos, porque tal vez haya un equívoco desde el comienzo.
Puede ocurrir que
no haya rivalidad, competencia o amenaza de sustitución porque en última
instancia se trata de dos inteligencias diferentes.
Potencialidad y ChatGPT
La actual IA sin duda es
potentísima al procesar gran cantidad de datos, aunque no tanto en la
producción de nuevas visiones y conocimiento o las recomendaciones acerca de
fenómenos nuevos sobre los que se carece de datos o información.
El poder
computacional es cálculo veloz y procesamiento de mayor cantidad de datos, sin
embargo, no es inteligencia pura. En la inteligencia artificial y el análisis
de datos hay mucha fuerza bruta de las computadoras, y no una comprensión del
contexto mundano.
La idea de una superación o reemplazo de nuestra inteligencia
se ha tomado demasiado en serio en la fase inflacionaria en la que vivimos.
ChatGPT y otros artilugios que le
sucederán son productos increíblemente capaces de procesar información y
lenguaje sin saber de qué va, es decir, serían inteligentes hasta el límite en
el que comienza la comprensión del mundo.
La IA puede traducir textos, realizar
diagnósticos médicos e imitar patrones de conducta humana, sin comprender
realmente todo ello.
Lo que hace a los sistemas de IA tan difícilmente
comparables con los términos humanos es que son capaces de adquirir un
impresionante nivel de conocimiento experto sin haber adquirido antes un
sentido común rudimentario.
La IA es un maravilloso conjunto
de técnicas para aprenderse el mundo de memoria. Aunque sobrepase la potencia
calculatoria del ser humano, es incapaz de dar una significado a sus resultados.
¿Y lo humano?
Lo que nos hace únicos a los
humanos no es la precisión y exactitud, sino todo lo contrario, estamos
continuamente pensando en aproximaciones y gestionando situaciones imprecisas;
tenemos una especial capacidad para atender a la singularidad y a la excepción.
Las faltas de claridad las compensamos con aquello que nos hace más humanos:
conciencia, empatía, intuición y afecto.
En cambio, las limitaciones
cognoscitivas de la genial IA se deben a que es un conjunto de técnicas
inapropiadas para un mundo vivo, que funcionan para problemas muy específicos
donde las reglas no cambian y cuando se dispone de muchos datos.
La
inteligencia artificial resuelve cierto tipo de problemas que la inteligencia
humana no es capaz porque esta no puede examinar los datos necesarios o a la
velocidad que se requeriría.
La superioridad de las máquinas es clara cuando se
trata de cálculos que no se basan en la ruptura de reglas, sino en su correcta
aplicación, sin embargo, hacer un chiste o combinar metafóricamente ámbitos
semánticos diferentes requiere de otras capacidades.
Un espacio de acreditación de esta versatilidad
humana es la comunicación. Y es que la comunicación humana discurre en buena
medida entre ambigüedades e imágenes abstractas que uno
puede recibir o interpretar de diferentes formas, generándose así
múltiples lecturas.
No es posible flirtear sin sugerir, la publicidad sin
exageración, una sátira sin contexto, no hay humor sin un estado de vinculación.
La IA es completamente precisa, reproducible y universal, aunque carece de
flexibilidad y particularidad.
Los robots se parecen demasiado entre sí, en
contraste con los humanos y con las soluciones que proponemos. Esta es la causa
de que sea tan difícil para los humanos ponerse de acuerdo y que se necesite
tanto tiempo para negociar, siendo esta la causa de nuestro pluralismo, así
como de muchos conflictos.
Estamos sobrevalorando los
progresos de la IA e infravalorando la complejidad de la comprensión humana del
mundo.
El reduccionismo de la inteligencia a gestión de datos y cálculo es lo
que explica que estemos cediendo poder a unas máquinas que pueden ser muy
fiables, aunque no especialmente en lo que se refiere a valores humanos,
sentido y visión de conjunto o su inserción en una sociedad política, con sus
prioridades y sus objetivos de equilibrio, sostenibilidad o igualdad.
Una crítica de la razón
algorítmica debería ser una crítica de la razón incorpórea. Frente al “mundo posbiológico” en el que el
científico austriaco Hans Moravec presagiaba el dominio de unas máquinas
pensantes, cada vez se hace más evidente que el conocimiento humano solo es
posible en un medio corporal, en contextos biológicos capaces de generar una
conciencia como fenómeno emergente, algo que ningún sistema mecánico puede
hacer.
Nuestro pensamiento y experiencia
dependen de nuestro cuerpo, que tiene un papel activo en los procesos
cognitivos.
Seguramente nadie ha expresado con más fuerza poética esta
corporalidad de nuestro conocimiento que el genial filosofo alemán Friedrich
Nietzsche: “No somos ranas pensantes, ni
aparatos sin entrañas registradores de la objetividad; debemos dar
constantemente a nuestros pensamientos, desde nuestro dolor y maternalmente,
todo lo que tenemos en nosotros de sangre, corazón, fuego, deseo, pasión,
agonía, conciencia, destino y catástrofe”.
Hasta ahora casi todas las
pruebas científicas a las que ha sido sometida la IA han sido superadas Probablemente,
de todas las alternativas al originario test de Turing; las pruebas de Gary
Marcus, Edward Feigenbaum
y Robert Ebert han sido las más
complicadas de pasar, pues para que una IA logre hacernos reír no basta
simplemente con elegir un chiste de una base de datos. Debe ser capaz de
transmitir, de emocionar, de aportar algo original y novedoso.