El
pasado día 20 de enero tuvimos la ocasión de estar en la exhibición de la
película Simón, en el local del Círculo de Bellas Artes de Madrid, al cual
asistieron el director y escritor
Diego Vicentini y el actor Christian McGaffney, el protagonista.
La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Venezuela eligió a Simón para representar a Venezuela en la edición 38 de los Premios Goya.
La película no fue
escogida como candidata del país para los Premios Oscars, obteniendo 10 votos a
favor, 12 en contra y dos abstenciones.
Diego Vicentini declaró estar decepcionado con la decisión,
sosteniendo que la película tiene los méritos para serlo y denunció
irregularidades durante el proceso de selección, informando que su equipo y él
recibieron reportes de que parte del comité de selección, tradicionalmente
conformado por integrantes gremio de cineastas venezolanos, este año consistió
en personas desconocidas, cuestión que no es de extrañar por el manejo que hace
el gobierno venezolano de la cultura.
Para
los venezolanos que, al igual que Simón, vivimos fuera de nuestro país, la
película que está candidateada para los Premios Goya, nos deja un amargo
regusto en la boca. En primer lugar, porque nos vuelve a recordar que tenemos
ya más de veinte años que nuestro país soporta una de las más atroces y largas
dictadura de su historia, que no ha permitido que Venezuela alcance un
desarrollo social y económico que eleve el nivel de vida de su gente, además de
dejar una estela de muerte y tortura que se ha ensañado, sobre todo, con la
población joven.
Desde
el punto de vista técnico, quizás sea la mejor hecha hasta ahora. Sin problemas
de sicronización del sonido, buen montaje y fotografía, además de unas actuaciones
muy parejas y de gran nivel.
La historia escrita por Diego Vicentini, quien también dirige el filme, narra los hechos ocurridos como consecuencia de las manifestaciones producidas contra el régimen en Caracas y cuyo saldo de muertos y heridos todavía es un misterio.
En
el recuerdo de muchos están aquellas imágenes de aquellos muchachos con
endebles escudos de madera enfrentando a policías y militares que les
disparaban con armas de fuego y embestían con sus carros blindados a la
muchedumbre que, como eco de un país entero, pedía un cambio de gobierno, un
regreso a una democracia mejor a la que conocimos.
Los
presos de aquellas manifestaciones, como queda expuesto sucintamente en la
película, fueron victimas de torturas y vejaciones por parte de los llamados
“cuerpos de seguridad”, a los que más de uno se les quedó durante las tandas de
golpes, electricidad u otras modalidades empleadas por el régimen, que se cebó
con personas que no había tomado parte en las manifestaciones, pero que eran
amigos de alguno de los manifestantes.
Por
mi condición de venezolano conocí algunos casos de los muchos que ocurrieron y
que trajeron como consecuencia la migración hacia el extranjero, para evitar
ser parte de las víctimas de la dictadura y tener una vida digamos que
“normal”.
Pero
lo que no creo que hubiese habido es una dirección “formal” del movimiento que
aquello se gestó por el deseo de un cambio y que fue aglutinando gente sin
necesidad de que “Simón” asumiera la dirección, además la mayoría de aquellos
muchachos no eran universitarios, eran estudiantes de secundaria, gente de los
barrios que se unió a aquella protesta y la gran mayoría no tenía los dólares
para pagarse un vuelo a Miami, ni tenían un papá que les financiara un viaje.
Dijo
Vicentini, en la presentación de su película que “no podían regresar a
Venezuela por haber hecho esta película,” y aunque ya todo el mundo democrático
sabe la catadura del gobierno encabezado por Nicolás Maduro y lo que le puede ocurrir
a quienes se le opongan, sin embargo, hay un mensaje final que llena de desilusión
porque Simón, en declaraciones a un oficial estadounidense deja ver que ya no
hay nada que hacer, que Venezuela ya no podrá quitarse el yugo y no es ni será
así porque todavía hay un país que quiere y necesita un cambio, por la vía del
voto u otra, que nos permita a los 7 millones y tanto que estamos en el
extranjero volver a ver y a sentir nuestra Patria.
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